COMBUSTIÓN HUMANA ESPONTÁNEA
La combustión humana espontánea es un fenómeno perfectamente documentado en el que un cuerpo humano arde y se quema sin ningún contacto conocido con una fuente de fuego externa. En algunos casos los daños son leves; en otros la víctima queda reducida a cenizas. Yen algunos de los casos más extraños los objetos cercanos salen relativamente indemnes. La silla o cama en que
la víctima estaba sentada o acostada, e incluso la ropa sobre el cuerpo achicharrado, pueden estar intactas o sólo ligeramente chamuscadas. A menudo, también., un pie, una pierna o las puntas de algunos dedos quedan intactos, aunque el resto del cuerpo se haya consumido. Los casos de combustión humana espontánea empiezan a aparecer en informes médicos del siglo xvii, y al llegar el xx, la literatura abunda ya en relatos detallados de inexplicables incineraciones humanas.
A lo largo de cuatro siglos se ha informado de más de 200 de esos casos. En los primeros tiempos se creía que las víctimas clásicas de tan fiero destino eran ancianas alcohólicas, y generalmente corpulentas, que vivían solas. Casi siempre ardían en sus casas durante las noches de invierno y solía encontrárselas cerca del fuego. No hace falta decir que no había testigos. Sus muertes eran
atribuidas al castigo divino por sus pecados. Pero incluso en aquellos tiempos hubo excepciones, como veremos por algunos de los casos relatados en este capítulo. De hecho, la investigación reciente de este extraño fenómeno muestra en las víctimas una representación bastante equilibrada de ambos sexos, con edades que van desde la infancia hasta los 114
años. Muchos eran abstemios y delgados. Algunos han ardido cerca de un posible origen del fuego, pero otros lo han hecho mientras manejaban, o simplemente paseando por lugares desprovistos de cualquier fuente de fuego externa. La opinión científica y médica contemporánea rechaza la idea de la combustión espontánea, descartando los muchos casos de muertes inexplicables por combustión
como simplemente "enigmáticos" o "no resueltos". Aunque se han propuesto algunas teorías, no hay un modelo fisiológico aceptable que pueda explicar cómo puede un cuerpo humano prenderse fuego a sí mismo o arder con la suficiente violencia para quedar reducido a cenizas. Tal consunción de los tejidos y los huesos humanos sólo es posible a grandes temperaturas (más de 1600 grados), como las que se logran en un crematorio a presión. Y, por supuesto, cuando hay que explicar las ropas intactas o la presencia de un miembro indemne entre los restos carbonizados, lo inexplicable se convierte en estrafalario.
CasosUno de los primeros casos bien atestiguados de combustión humana espontánea fue registrado por Thomas Bartolin en 1673. Una pobre "mujer del pueblo" fue misteriosamente consumida por el fuego en París. Había sido gran bebedora de "licores fuertes", hasta el punto de no tomar ningún alimento durante tres años. Una noche se echó a dormir en un colchón de paja y ardió durante la noche. Por la mañana sólo se encontraron la cabeza y las puntas de los dedos; el resto de su cuerpo estaba reducido a cenizas. Refiere el caso Pierre-Aimé Lair, que en 1800 publicó el primer ensayo extenso sobre el tema de la combustión Humana.
Don Gio Maria Bertholi, un sacerdote italiano que ardió mientras rezaba, fue una de las pocas víctimas que sobrevivieron a esa prueba durante varios días. El caso fue referido en un periódico de Florencia de octubre de 1776 por el doctor Battaglia, el médico que lo atendió. El sacerdote, que había estado viajando por la comarca, llegó de noche a casa de su cuñado y pidió que lo llevasen a su aposento. Una vez allí, pidió que le pusieran un pañuelo entre la camisa y la espalda. (Los sacerdotes de entonces llevaban a menudo como penitencia cilicios, que eran prendas tejidas de crines, y el pañuelo servía para aliviar las molestias que pudieran distraerlos durante sus devociones.) Lo dejaron solo, y a los pocos minutos se oyó un ruido extraño procedente de la habitación al que se mezclaban los gritos de dolor del sacerdote. Todos los de la casa se precipitaron a la habitación y encontraron a Bertholi tendido en el suelo y rodeado de una ligera llama, que cedió hasta desaparecer cuando se acercaron. A la mañana siguiente el paciente fue examinado por el doctor Battaglia, quien encontró la piel del brazo derecho casi totalmente separada y colgando del hueso.
Desde los hombros hasta los muslos la piel estaba igualmente dañada. En la mano derecha, la parte más afectada, se había iniciado ya la putrefacción. A pesar del tratamiento inmediato, su estado empeoró. El paciente se quejaba de una sed abrasadora y tenía horribles convulsiones. Sus deposiciones estaban llenas de "una materia pútrida y biliosa", y los continuosvómitos acompañados de fiebre y delirio lo tenían agotado. Murió al cuarto día en estado de inconsciencia. El doctor Battaglia no pudo hallar rastros de ninguna enfermedad conocida. Uno de los peores aspectos de lo ocurrido al clérigo fue que, aun antes de morir, el olor de la carne en putrefacción se había hecho insufrible. El doctor Battaglia dijo haber visto a los gusanos arrastrarse del cuerpo a la cama, y que las uñas se habían desprendido de los dedos. La primera vez que llevaron al clérigo con el doctor Battaglia, le dijo que sólo recordaba un golpe como de un garrotazo en la mano derecha. Al mismo tiempo vio cómo una "llama vacilante" se adhería a su camisa, que inmediatamente quedó reducida a cenizas, aunque con los puños intactos. Asombrosamente, el pañuelo que le habían puesto en los hombros estaba también intacto. Tampoco sus pantalones habían sufrido daño; pero, aunque no tenía ni un solo pelo chamuscado, su bonete estaba totalmente consumido.
No había habido fuego en la habitación; sin embargo, una lámpara de aceite antes llena estaba ahora completamente seca, y la mecha de la lámpara estaba reducida a cenizas. (Theodoric R. y John B. Beck, Elements of Medical Jurisprudence, 10a ed., Vol. 2, pág. 98; Journal of Criminal Law, Criminology and Political Science, 42:794-95, marzo-abril de 1952) Una fuente inglesa de 1788 cuenta el asombro de un hombre que al entrar en una habitación vio a una joven sirvienta frotando el piso mientras fe brotaba fuego de la espalda. Gritó alarmado, y sólo entonces la muchacha se dio cuenta del fuego y empezó a gritar, pero murió antes de que el recién llegado lograse apagar las llamas.
La señora Wright, madre de John Wright, un vendedor de ropa de Londres, fue hospitalizada con graves quemaduras de las que no se creía que pudiese sanar. Sus heridas fueron la culminación de una serie de extraños incendios espontáneos que habían venido ocurriendo en casa de los Wright desde el 5 de enero de 1820. En esa fecha hubo un pequeño incendio inexplicable. Después, el 7 de enero, la señora Wright, que había estado sentada con una sirvienta junto al fuego de la cocina, notó que sus ropas ardían cuando se levantó para marcharse. El 12 de enero sus vestidos volvieron a incendiarse, en presencia de la misma muchacha, pero esta vez la señora Wright no había estado cerca del fuego. Al día siguiente Wright oyó gritos procedentes de la cocina, donde estaba su madre, y donde había estado la muchacha. Corrió hacia allí y encontró a su madre envuelta en llamas. La joven acababa de salir, y esta vez Wright le echó la culpa. Pero la señora Wright pensaba que la muchacha no tenía nada que ver con sus desgracias y que era víctima de "algo
sobrenatural". Envió a buscar a su hija, que acudió para hacerle compañía. Seguía creyendo que la
muchacha no podía tener nada que ver con los incendios y fue a la cocina, donde estaba la chica, y
de nuevo "por algún medio desconocido, se prendió. Sufrió tales quemaduras que tuvieron que acostarla". Cuando se durmió, sus hijos salieron del cuarto, para volver inmediatamente atraídos por sus gritos y encontrarla envuelta en llamas. Entonces hicieron que la muchacha abandonase la casa. Se marchó y no hubo más incendios. La prueba parecía concluyente, y los Wright hicieron que la arrestaran. En la audiencia, el magistrado dijo que no tenía duda de que la chica era culpable, pero no podía dictar sentencia hasta que la señora Wright no estuviera recuperada y pudiera declarar. [Charles Fort, The Complete Books of Charles
Fort, págs. 927-28]
La combustión humana espontánea no es un fenómeno reconocido por la ciencia del siglo xx. A pesar de las pruebas aportadas por policías y bomberos, especialistas en incendios provocados, jueces de instrucción y patólogos, la mayoría de los médicos y científicos consideran esos casos, en apariencia indiscutibles, como simplemente no investigados a fondo. En los siglos XVII y xvin la combustión espontánea, especialmente de los borrachos, era considerada como un castigo divino; pero ya en el siglo xix los avances en biología y química animaron a los investigadores a buscar causas más terrenales para esos incendios al parecer inexplicables, Se sugirieron nuevas posibilidades que podrían explicar sucesos tan extraños :
• Los gases intestinales son inflamables.
• Los cadáveres producen gases inflamables.
• Los pajares y los montones de estiércol pueden generar
calor suficiente para la combustión espontánea.
• Ciertos elementos y compuestos se incendian espontáneamente
al ser expuestos al aire. Así ocurre, por
ejemplo, con el fósforo, que es uno de los componentes
del cuerpo humano.
▪ Algunos productos químicos que solos son inertes,
al combinarse forman compuestos explosivos.
• La luminiscencia de ciertos insectos y peces prueba
la posibilidad de algún tipo de "fuego" interno.
• Las grasas y aceites, que el cuerpo humano contiene
en abundancia, son excelentes combustibles.
• La electricidad estática produce chispas que podrían,
en ciertas condiciones, prender fuego a un cuerpo.
Se han apuntado otras causas físicas de la combustión espontánea (bólidos, rayos, explosiones atómicas internas, rayos láser, radiaciones de microondas, sonidos de alta frecuencia y flujo geomagnético), pero el mecanismo a través del cual puede actuar cualquiera de ellas sigue sin ser explicado. Otro tanto ocurre por ahora con la combustión humana espontánea.
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