sábado, 14 de mayo de 2011

Tauromaquia el Circo de la Muerte...

La tauromaquia no es más que un obsceno negocio que trafica con la tortura y la crueldad. Por mucho que algunos quieran disfrazarlo, las corridas de toros constituyen un crimen, un asesinato a sueldo donde se martiriza a seres vivos por diversión a la vez que se ensanchecen los bolsillos de los empresarios taurinos.
Tortura y asesinato en público se venden como actos legales amparados por la “tradición”. ¿En qué mente cabe que pueda sacarse diversión maltratando a un ser vivo hasta su muerte?
24 Horas antes de entrar en la arena, el toro ha sido sometido a un encierro a oscuras para que, al soltarlo, la luz y los gritos de los espectadores lo aterren y trate de huir saltando las barreras, lo que produce la imagen en el público de que el toro es feroz, pero la condición natural del toro es huir, no atacar. 

También se le han recortado en vivo los cuernos (afeitado) para proteger al torero. Le colgaron sacos de arena en el cuello durante horas. Le golpearon con sacos de arena en los testículos y los riñones, le indujeron diarrea y le abrasaron los intestinos al poner sulfatos y laxantes en el agua que bebió y en la comida, todo esto es con el fin de que llegue débil al ruedo y en completo desorden. Se le ha untado grasa y vaselina en los ojos para dificultar su visión y en las patas se le puso una sustancia que le produce ardor y le impide mantenerse quieto, así el torero no desluce su actuación. En algunos casos, incluso se les han rasgado los músculos del cuello para evitar movimientos bruscos con la cabeza, a fin de reducir el riesgo de posibles cornadas.
Y no sólo con esto, se le han inyectado fármacos hipnóticos e introducido bolas de algodón en lo profundo de sus fosas nasales para dificultar la respiración.
Sólo por esto, ya debería ser ilegal, al atentar contra la salud y la integridad de un animal no-humano.
Las corridas de toros, en su sentido moderno, nacen en España en el siglo XVIII y desde entonces han despertado críticas y desatado polémicas, incluyendo prohibiciones esporádicas, desde sus mismos comienzos hasta la actualidad. Los argumentos de sus detractores han cambiado a lo largo del tiempo, según el momento histórico, y ha tenido justificaciones muy variadas: religiosas, morales, económicas, estéticas, políticas y culturales entre otras.
La tauromaquia (llamada 'fiesta' por los aficionados taurinos) siempre ha tenido partidarios y detractores, tanto entre los sectores populares como entre la clase política e intelectual. Según informa Alberto de Jesús, «las fiestas de los toros han sufrido a lo largo de su existencia numerosos ataques de los gobernantes políticos, opositores e incluso la Iglesia por intentar eliminarla, fracasando cualquiera de ellos»
 Las críticas a este tipo de eventos con animales se remontan a la antigüedad romana, con las diatribas de moralistas como Cicerón contra los espectáculos de circo con fieras. A ellas siguieron las críticas de los primeros escritores cristianos y canonistas a las llamadas venationes, como Prudencio, Casiodoro, San Agustín o San Juan Crisóstomo, que en general censuraban los espectáculos públicos con fieras (incluidos los toros bravos), por arriesgar frívolamente la vida humana, postura de orden moral que se prolongó más o menos en los mismos términos durante la Edad Media y que movió a varios papas a promulgar prohibiciones. Por ejemplo, la bula papal Salute Gregis (1567), de Pío V, que prohibió los espectáculos taurinos. Gregorio XIII, su sucesor, levantó parcialmentela prohibición ocho años después a ruego de Felipe II[4]. El motivo, según cuenta Cossío, es que la prohibición causaba perjuicios no a la fiesta, sino a la propia religión católica española: «era el principal [perjuicio] el desprecio que de la excomunión hacían los aficionados a correr y ver correr los toros» en plena época de la Inquisición.
Ya como espectáculo moderno, en el siglo XVIII, las corridas de toros han sido polémicas y han sufrido críticas e incluso prohibiciones. La nueva dinastía llegada a España (los Borbones), y en general la aristocracia afrancesada, despreciaba estos espectáculos por considerarlos indignos y propios del populacho, por lo que Felipe V prohibió su ejercicio a sus cortesanos (1723). Fernando VI solo consintió las corridas a cambio de que sus beneficios se destinasen a obras de caridad como sufragar hospitales y hospicios. Algunos ilustrados, como Jovellanos, se oponen a estos espectáculos por considerarlos poco didácticos.
 Hasta el siglo XIX los espectáculos taurinos también se celebraban en otros lugares de Europa. Así, en Inglaterra eran frecuentes los bull-baitings, peleas entre perros y toros. Sin embargo éstas prácticas fueron prohibidas en 1824, el mismo año en que se fundó The Royal Society for the Prevention of Cruelty to Animals.
Al igual que el pueblo español, sus intelectuales se han dividido históricamente entre partidarios y detractores de las corridas de toros. Las críticas de algunos ilustrados a la Fiesta, la recuperaron luego los escritores de la Generación del 98 que, en un principio, la veían como síntoma del atraso español. Un ejemplo notable de esta época fue el escritor antitaurino Eugenio Noel, que vinculaba los toros a lo que denominaba «crímenes de raza»: el pasodoble, «el cante jondo, y las canalladas del baile flamenco que tiene por cómplice la guitarra, el género chico, ese delirio de diversión, de asueto, que caracteriza a nuestro pueblo» Para el escritor madrileño, la Fiesta se reducía a sangre, crueldad y porquería y, en su opinión, era síntoma de la «libertad del pueblo español de poder hacer lo que le dé la gana». Otra de las acusaciones de Eugenio Noel contra las corridas es «la funesta cualidad de ser el único rasgo enteramente nacional; sólo la afición a los toros une las regiones y hace andaluz al éuscaro y extremeño al catalán y castellano al andaluz».
 Los argumentos de los detractores de las corridas de toros han variado según el momento histórico, pero el objetivo ha sido siempre la abolición del mismo. En tiempos más recientes, desde sectores progresistas se intentó relacionar las corridas de toros con el régimen franquista y, en general, a la España "vieja y negra".[cita requerida] Por ello, algunos medios intelectuales, sobre todo británicos, creyeron que con el advenimiento de la democracia a España estos espectáculos desaparecerían, algo que no sucedió. Así, el diario Times publicó con asombro en esos años que «en la España de los yuppies y la democracia, triunfa cada vez más la Fiesta de los toros»
 Por otra parte, los defensores del toreo afirman que el toro de lidia no existiría en esta época actual si no fuera por las corridas de toros al ser un animal no rentable económicamente para otros fines que no sean la lidia. Por su parte los antitaurinos afirman que los toros bravos no existen porque existan las corridas, sino al contrario, que las corridas existen porque los toros bravos ya existían. Al mismo tiempo afirman que los toros bravos no constituyen ninguna especie, ni siquiera una raza, y para ello se apoyan en evidencias científicas.
Los defensores del toreo argumentan que el toro de lidia es el último descendiente de la raza uro. Si bien en esta misma controversia se alega que su proceso evolutivo ha sido intervenido por el hombre (algo no distinto a la mayoría de animales domesticados). Los defensores de la tauromaquia aducen que el toro de lidia vive en libertad en su hábitat natural y, sin las corridas, no solo se extinguiría el toro bravo, sino el propio ecosistema en que se desenvuelve (las dehesas),sin embargo hay alegatos que refieren a que estas pueden ser protegidas por ley sin la necesidad de criar toros.

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Manifestacion Antitaurina Frente a la sede de la ONU


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